Historias.

Las diez y seis horas treinta


Pasos ligeros se escuchan por el pasillo, un golpe acompañado de una voz temblorosa y débil se escucha, asomo la cabeza mirando una mujer de unos treinta y cuatro años de edad de contextura delgada con una mirada perdida y respiración agitada, a su lado un niño que toma la mano de su madre con fuerza.

Miro el reloj, es la hora acordada para la cita, el tic-tac marca el inicio de un proceso que empezará a tomar forma, apago el computador, tomo la agenda en ella registro datos que me ayudan a identificar  rasgos que permitan encontrar respuestas, Saludo con tono amigable intentando soltar la coraza de dolor que cargan sobre sus hombros, Los invito a pasar y ponerse cómodos, Las miradas denotan frustración, inquietud y ansias por saber que estaba pasando en la vida de ese niño.

Habitualmente inicio la conversación, en esta ocasión no fue así, ver a la mujer contener sus lágrimas mientras alza su cabeza y observa las esquinas frías de la oficina lleva a mi mente a recordar la misma expresión que veía en mi madre, el  pequeño la mira, baja su cabeza la frustración es evidente, un profundo silencio se impregna en el espacio.

En su infancia todo marchaba bien comenta con voz clara y calmada, Beto era un niño como todos inquieto, alegre, extrovertido, generalmente era el centro de atención de la casa por sus ocurrencias y claro el "payaso" de la escuela, como avanzaba el tiempo y seguía cursando los años académicos la situación iba tomando un curso diferente, esas características se desvanecían año tras año, era molesto ver en el cuaderno apuntes de la maestra solicitando reuniones urgentes. Inicialmente creí que era algo propio de su desarrollo y que lo podría controlar, la realidad era otra, cada vez mi hijo se alejaba más del entorno familiar prefería pasar solo en su habitación, al estar en reuniones ya no era el chico alegre y comunicativo  en su colegio estaba solo, sentía que lo  estaba perdiendo.

A los nueve años la situación había llegado al límite sus calificaciones eran deplorables   llamadas del colegio diarias era como si ya nada le importara, estaba a punto de perder su año de estudio  mi angustia cada día era mayor no sabía que hacer no había  para mí una respuesta una solución mis palabras ya no hacían efecto en mi hijo. Un día tomo la decisión de llevarlo a un psicólogo para que lo evaluara, inicialmente se trataba de unas cuantas sesiones para averiguar que pasaba con él, pasado el tiempo  este me remitió a un

psiquiatra este me sugirió suministrar unas pastillas que ayudarían a mejorar sus niveles de dificultad, era la solución que había estado buscando, los cambios en  Beto eran rotundos había mejorado su nivel académico, las maestras habían dejado de llamar constantemente sentí haber encontrado la solución.

Han pasado dos años de repente algo cambio ese rumbo de pronto ya no quiso tomarla,  era una lucha constante para que lo hiciera, sin saber que algo pasaba en él, al llegar del colegio se lanzó a mis brazos y lloró desconsoladamente me suplicó  que no le diera  más el medicamento yo trataba de que entendiera lo importante que era para él, se paró y dijo mira tú no sabes lo que siente mi cuerpo, me da ansiedad, desesperación, no duermo bien, me pone de mal humor no entiendes, un vacío lleno mi cuerpo estremeciéndolo, las lágrimas y un nudo en la garganta me dejaron sin palabras tan solo lo abrase para darle consuelo.

El médico psiquiatra me había comentado de estos factores como parte del proceso de la medicina, pero no lo pude resistir, ver a mi hijo suplicar  esto determinó que  dejara  de suministrar la medicación,  para mí nuevamente la angustia volvía a aparecer, creí haber encontrado la respuesta a las necesidades de Beto.

Lo obio empezaba a suceder lo que habíamos conseguido se derrumbaba, al pasar de los días sentía reacciones fuertes en su cuerpo ya no era solamente la ansiedad o el mal humor sino reacciones como si se acalambrara el cuerpo o vacíos profundos que fueron bajando su autoestima a niveles inimaginables, otra vez sus estudios eran un problema. la maestra me convoca a una reunión con el carácter de urgente una vez más. Acudo a la reunión la apariencia de la maestra no es lo más amigable posible es agresiva, ofensiva, permitiéndose decir  que mi hijo era un lento, incapaz de atender y entender, que era un niño vago,  un retardado mental.

Salí del lugar sin rumbo sintiendo un dolor amargo y furia de cómo ha tratado a mi hijo, es sangre de mi sangre !es mi hijo! además muy inteligente, no entiendo que le otorga el derecho a expresarse así, sin tener en consideración el esfuerzo que hace para entender y cumplir con lo que le mandan.


El Beto

Con mirada de culpabilidad y sin entender la magnitud del tema pregunta a su madre ¿estoy enfermo? me mira, le pido me cuente como es el, la respuesta sale de los labios de la madre, ¡no eres ni estas enfermo!, vuelve a mirarme soltando una sonrisa.

A mí me gusta dibujar ahí están mis sueños me gusta porque me siento libre nadie puede decirme que hacer yo lo decido al igual que pintar, ¿a usted le gusta dibujar? me pregunta, inmediatamente respondo si cuando era niño me encantaba dibujar, me sentía como tú libre, este simple momento abrió una puerta a la comunicación entre Beto y yo, su madre se asombró al ver a su hijo dispuesto a contarme cómo es el.

Antes de continuar le pido un momento me esperara, fui a la oficina contigua, tome uno de mis cuadros y se lo presente, una mirada de asombro y una sonrisa brotaron de Beto, eso hiciste tú me dijo le conteste que sí, que soy pintor, se levantó me pidió dejarlo tocar y verlo de cerca, estas son las imágenes que me recuerdan  cuando niño al mirar manchas que de cerca no tenían sentido y que al alejarme era el bigote de un personaje muy importante de mi País, eso era lo que estaba sintiendo Beto la magia del dibujo y del color.

Ahora continúa contándome tu historia dije en voz suave ¡Ah! si, bueno yo no entiendo muchas cosas que me dicen, a veces trato de entender pero me confundo más, o cuando me dicen que haga algo no sale bien, cosas así, también se pensar en otras cosas como jugar o dibujar y en la escuela no termino de copiar lo que está en la pizarra y me sudan las manos porque me da miedo de lo que me dirá la maestra. No se no entiendo que me pasa en las pruebas yo siento que contesté todas las preguntas bien y cuando me entregan no sé por qué está mal, se me hace muy difícil leer y me demoro esto hace que lo deje, siento que mi esfuerzo es en vano.

Al escuchar estas declaraciones la madre se toma del pecho mientras dirige su mirada hacia mí, jamás me has dicho algo como esto comentó, no sabía cómo decirlo dijo Beto, Sale del tema y pregunta si podrá pintar así, asentí con la cabeza dejando entrever que es capaz de hacer eso y mucho más, la madre me mira asombrada de ver como en unos cuantos minutos las preguntas que la abrumaban empezaban a tener una respuesta.

Cuéntame algo más Beto, puedo decirte algo dice en voz baja y algo temerosa, claro respondí, hay algo que a ti y a mí nos une sabes es que a los dos nos gusta la pintura así que somos amigos de manera que puedes confiar en mí, esta afirmación permite a Beto ampliar su experiencia, con tono hundido comenta, no quiero ir a la escuela, ahí me ponen a un lado, me tratan como si fuera un tonto y mis amigos se burlan de mí, toma su rostro y limpia sus lágrimas.

El tiempo de la cita se termina, el dolor de esas declaraciones recorren por el estudio,  el viacrucis diario al que se siente sometido se evidencia las dudas permanecen las preguntas empiezan a tener una respuesta.

Los textos presentados son historias vasadas en hechos reales y forman parte de un libro de autor.

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